Me tocó acompañar a mi
mujer que tuvo una breve internación para una intervención quirúrgica. Todo terminó bien, es una
maravilla contar con los recursos médicos actuales, pero pude constatar que subsisten
costumbres de milenios anteriores.
En el interrogatorio previo
a su ingreso al nosocomio, a la larga lista de preguntas “médicas” (cosas como:
¿La han operado alguna vez? ¿Es alérgica a un medicamento? ¿Sufre diabetes o
hipertensión, etc.) el doctor que hacía la ficha de ingreso, le preguntó a la
paciente cual era su religión.
Extrañado, le pregunté al
médico cual era el motivo de ese interrogante y me respondió que era para
prever “incompatibilidades en la dieta”…
Aparentemente, el
profesional no creía ni posible ni probable que exista gente que se
considera judía y aún así come sandwiches de jamón y queso ni de buenos cristianos
que comen asado en Cuaresma.
Cabe señalar que el
“doctor” OMITIÓ preguntar si la paciente era vegetariana, celíaca o tenía
intolerancia a la lactosa…
Resumiendo: La información que
hubiera sido pertinente para armar una dieta adecuada al paciente, fue reemplazada por la
suposición de que en Occidente, en pleno siglo XXI, las pautas religiosas son
las que determinan la ingesta de las personas.